La inspiración es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia y se ha expresado en diversos ámbitos de la vida, como en el arte, la literatura, la música, la espiritualidad y la ciencia. Es como un soplo invisible que enciende la creatividad, impulsa el pensamiento y da forma a nuevas ideas. Pero, ¿de dónde surge la inspiración?
La palabra “inspiración” proviene del latín inspiratio y originalmente significa “soplar dentro” o “respirar dentro” haciendo referencia al acto de llenar los pulmones de aire nuevo. En su sentido figurado, se alude al momento en el que una idea o revelación surge, como si fuera “soplada” a la mente o al corazón de una persona.
La inspiración conlleva movimiento
Según la mitología griega, las musas, hijas de Zeus y Mnemósine, están estrechamente relacionadas con el fenómeno de la inspiración. Presidían las artes y las ciencias y cada una de ellas estaba asociada con un área específica del conocimiento o la creatividad, como la música, la poesía, la danza, la historia, la astronomía, entre otras. Se creía que ellas inspiraban a los artistas, poetas, filósofos y científicos, guiándolos en su proceso creativo y otorgándoles la capacidad de crear obras excepcionales.
Representaban la fuente de inspiración divina, como si fueran intermediarias entre los mortales y los dioses. Se creía que la creatividad y la inspiración surgían de una influencia externa o superior, algo que sobrepasaba el esfuerzo humano y que era percibido como un regalo divino.
“La inspiración se reviste de un halo de trascendencia” escribe Jesús Alcoba en su libro Inspiración. La llama que enciende el alma (ed. Alianza). El autor la define como “un fenómeno que está caracterizado por la trascendencia, que ocurre de manera repentina y que, en general, nos motiva a actuar”. Alcoba señala que “si bien es netamente humano, está ligado semántica y vivencialmente a lo espiritual […] Hay algo en los momentos de inspiración que nos ilumina, que nos eleva, que nos aleja de lo cotidiano y de lo rutinario”. Estas reflexiones refieren que la inspiración nos conecta con algo más profundo, con un estado de expansión y conexión.
La inspiración conlleva movimiento; nos impulsa a hacer tangible lo que nace de ella. Como menciona Alcoba, “nos sentimos inspirados por algo y, a continuación, nos sentimos inspirados a hacer algo”. Existen muchas obras de arte y composiciones musicales que los propios autores han señalado que fueron fruto de la inspiración. Se dice que Miguel Ángel experimentó un proceso de “inspiración divina” mientras trabajaba en el techo de la Capilla Sixtina, especialmente en la famosa escena de La creación de Adán. El propio artista expresó que su arte surgió no solo de su destreza técnica, sino como si fuera guiado por algo más allá de su propia comprensión.
Beethoven, en sus últimos años de vida, cuando ya era casi completamente sordo, dijo que la composición de la Sinfonía No. 9, particularmente su famosa “Oda a la alegría”, fue producto de una inspiración que sentía como algo más allá de sus limitaciones físicas. La sensación de trascendencia lo llevó a crear una obra considerada una de las más grandes composiciones de la historia de la música.
Aunque estos ejemplos puedan sugerir lo contrario, la inspiración no es un privilegio reservado a los genios o a unos pocos elegidos; cualquier persona puede experimentarla. No se puede controlar ni predecir cuándo llegará, y a veces nos surge en momentos cotidianos, mientras paseamos, cocinamos o conversamos con un amigo. En otras ocasiones, cuando nos acercamos a fuentes que tienen el potencial de inspirarnos, es posible favorecer su aparición. Cada persona tiene las suyas, y lo que inspira a una, puede no tener el mismo efecto en otra. La belleza de la naturaleza, de un paisaje o de una obra de arte, la música, la literatura o determinadas personas, son algunos ejemplos de posibles fuentes.
La inspiración puede experimentarse como una sensación de apertura del corazón o como una claridad mental que revela una idea. Siempre nos muestra el “qué” hacer, pero no siempre el “cómo” hacerlo. Es solo el inicio, el primer paso, pero para desarrollarla y darle forma, se necesitan, tiempo, dedicación, paciencia y esfuerzo. Probablemente, a esto se debía referir Edison con su célebre frase “el genio es un 1% inspiración y un 99% sudor”. De este modo, la inspiración y el trabajo van de la mano, y juntos permiten que lo abstracto se haga tangible.
Una de las características más preciadas de este fenómeno es el poder de transmisión que tiene. La inspiración del otro aviva la inspiración en ti. Una persona, por ejemplo, se siente inspirada y escribe un poemario o un libro, y quien lo lee se ve movido a componer una canción. Esta canción, al ser escuchada por otra persona, despierta en ella el impulso de crear una obra pictórica, una escultura o incluso una pieza de danza. De esta manera, se establece una cadena de creatividad, donde cada obra nacida de la inspiración de uno se convierte en el motor de la creatividad de otro. Como escribe Alcoba: “Gracias a que la inspiración es contagiosa, unas personas reciben inspiración de otras y la proyectan sobre sus propios caminos, emprendiendo nuevas obras de todo tipo que, a su vez, inspirarán a otros”. Siguiendo esta idea, te invito a reflexionar sobre la pregunta ¿quién o qué despierta tu inspiración?